Avatar o casi un humano digital: son famosos. Están por todas partes. Y son falsos.
Los nuevos rostros de Instagram no respiran, pero venden
Hace casi una década, Lil Miquela apareció en las redes sociales como una especie de experimento artístico: una modelo digital con pecas, un guardarropa de diseñador y opiniones sobre política. En aquel momento, muchos se preguntaban si alguien seguiría a un personaje inventado por computadora. Hoy, su éxito parece casi obvio.
Son famosos. Están por todas partes. Y son falsos.
Influencers como Lil’ Miquela y Mia Zelu tienen millones de seguidores y generan importantes ingresos, a pesar de haber sido creados con inteligencia artificial.
Cuando la representante Nancy Pelosi de California, expresidenta de la Cámara de Representantes, asistió al festival de música Outside Lands el mes pasado en su distrito natal de San Francisco, se tomó una selfi con una popular influencer con 2,4 millones de seguidores.
"Yo vibrando con @gracieabrams y miro hacia arriba y literalmente es @speakerpelosi", escribió la influencer, conocida como Lil’ Miquela, en el pie de foto, donde se las ve sonriendo.
El problema, por supuesto, es que Lil’ Miquela no es real. Es una de las muchas influencers creadas mediante inteligencia artificial que han ganado popularidad en los últimos años, a pesar de no existir. Suscríbete a The Times para leer todos los artículos que quieras.
El mercado de los influencers virtuales se ha expandido y ya no es dominio exclusivo de proyectos artísticos de Silicon Valley. Marcas globales como Prada, Samsung o Coca-Cola han trabajado con estos avatares porque ofrecen algo que los humanos no pueden: control total sobre su imagen, disponibilidad permanente y cero riesgo de escándalos personales.
El último ejemplo es Mia Zelu, un personaje lanzado este año que combina estética hiperrealista con narrativa de ciencia ficción. Su creador, un colectivo de diseñadores europeos, la describe como “una figura aspiracional para la generación que creció entre filtros y algoritmos”. En Instagram, Mia promociona desde ropa urbana hasta fragancias de lujo, y sus videos cortos en TikTok ya acumulan millones de visualizaciones.

No todos ven esta tendencia con entusiasmo. Críticos culturales advierten que estos avatares refuerzan estereotipos de belleza imposibles y desplazan a modelos reales en una industria ya saturada. Además, plantean interrogantes legales: ¿de quién son los derechos de imagen de un influencer que no existe? ¿Cómo se regula la publicidad cuando la línea entre ficción y realidad es cada vez más borrosa?
Los defensores, en cambio, argumentan que la IA abre espacio a formas inéditas de creatividad. “Los avatares permiten experimentar con identidades y narrativas imposibles en la vida real”, señala un experto en marketing digital. Para muchos jóvenes, seguir a una influencer virtual no es más extraño que interactuar con un personaje de videojuego.
Lo cierto es que la frontera entre lo humano y lo generado se vuelve difusa. Y mientras las plataformas compiten por atraer audiencias, el éxito de Lil Miquela y Mia Zelu muestra que los influencers virtuales ya no son curiosidades pasajeras: se están convirtiendo en protagonistas centrales de la cultura digital.



